miércoles, 18 de julio de 2012

Vocabulario Espirita. Allan Kardec. Letra H


H

HADAS (fées) [del latín fata]. Según la creencia vulgar las
hadas son seres semimateriales dotados de un poder
sobrehumano; son buenas o malas, protectoras o
dañinas; pueden a voluntad volverse visibles o
invisibles y tomar todo tipo de formas. En la Edad
Media y entre los pueblos modernos las hadas han
sucedido a las divinidades subalternas de los Antiguos.
Si se despoja su historia de lo maravilloso que le ha sido
atribuido por la imaginación de los poetas y por la
credulidad popular, se encuentran en ella todas las
manifestaciones espíritas de que somos testigos y que se
han producido en todas las épocas: es indiscutiblemente
a hechos de este género que esta creencia debe su
origen. En las hadas que son consideradas presidiendo
el nacimiento de un niño, siguiéndolo en el curso de su
vida, se reconocen sin dificultad a los Espíritus o genios
familiares. Sus inclinaciones más o menos buenas –y
que son siempre el reflejo de las pasiones humanas–
colocan a las hadas, naturalmente, en la categoría de los
Espíritus inferiores o poco adelantados. (Véase
Politeísmo [Polythéisme].)

HAMADRÍADES (hamadryades) [del griego ama: junto, y
drûs: encina.  Dríade, de  drûs: encina]. Ninfa de los
bosques según la mitología pagana. Las dríades eran
ninfas inmortales que presidían a los árboles en general
y que podían vagar en libertad alrededor de los que les
estaban particularmente consagrados. La  hamadríade
no era, de modo alguno, inmortal: nacía y moría con el
árbol cuya guarda se le había confiado y al que nunca
podía dejar. Hoy no cabe duda que la idea de las dríades
y las hamadríades tiene su origen en manifestaciones 37
análogas a las que nosotros somos testigos. Los
Antiguos, que veían poesía en todo, han divinizado a las
inteligencias ocultas que se manifiestan en la propia
sustancia de los cuerpos; para nosotros, no son sino
Espíritus golpeadores.

HECHICEROS  (sorciers)  [del latín sors, sortis: destino].
Primitivamente se decía de los individuos que eran
considerados capaces de conocer el destino y, por
extensión, de todos aquellos a quienes se atribuía un
poder sobrenatural. Los extraños fenómenos que se
producen bajo la influencia de ciertos médiums prueban
que el poder atribuido a los hechiceros se basa en una
realidad, pero de la cual el charlatanismo ha abusado,
como abusa de todo. Si en nuestro siglo esclarecido hay
personas que todavía adjudican esos fenómenos al
demonio, con mayor razón debieron creerlo en los
tiempos de ignorancia; de ahí resultó que los individuos
que poseían –incluso sin saberlo– algunas de las
facultades de nuestros médiums, hayan sido condenados
a la hoguera.

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